Tras bajar la pendiente de hormigón, esa mala costumbre de urbanizar la naturaleza, me detengo e intento coger aliento. Le he quitado cinco quilos a la báscula en veinte días, hace tres meses que no tomo un ansiolítico, mi consumo de café es moderado, el de alcohol, al limitar mi vida social, es mínimo y estoy a dos kilómetros de mi casa metido en una zona boscosa en la que digamos que no estaría allí si mi agorafobia se hubiese manifestado como hace tantas y tantas veces justo antes de cruzar el umbral de la puerta para salir de casa.
Sí, este tramo es cuesta abajo, pero cualquiera que haya caminado y hecho montañismo sabe que a partir de cierta edad el bajar se paga en las rodillas, el temor a escuchar un chasquido, a resbalar o el pinchazo cuando la bajada se hace larga y pronunciada están ahí, de manera que resoplar y llegar a un llano para aliviar el esfuerzo es una recompensa.
Dejo la riñonera a un lado, siempre cargada con cosas por si son necesarias, ¿poco espíritu de aventura?, no, no, yo que siempre he necesitado de cierta prudencia para luego no auto culparme por los fracasos. Estoy sudando, pese a esta primavera que es casi invierno la caminata ,a paso normal pero llena de desniveles , me ha hecho sudar, así que limpio el sudor de mi frente, y pestañeo varias veces para evitar que entre en los ojos.
Ya reposado estiro la espalda, me giro a mi izquierda y en un lado del camino, sobre un promontorio, a unos tres metros veo unos ojos, me fijo y veo la figura de un corzo adulto, hembra, de pelaje marrón y cuello esbelto que me contempla. Me giro y me situó frente a ella, despacio, solo quiero verla mejor, saber si es real, sí, lo es.
En esa pequeña zona boscosa, con casas a menos de 300 metros, a mitad del recorrido de un arroyo entre los caducifolios me contempla quizá con el mismo estupor que yo a ella. Es un instante, sé que llevo el móvil con la cámara, pero ni me lo planteo, no se trata de la imagen, se trata del encuentro, de cómo hemos llegado cada uno hasta allí, de cómo aunque sudado, en una zona poco transitada y quizá no recomendada para volver a enfrentarse a caminar estoy allí parado, sin más miedo ni preocupación que el de no asustar al animal que me observa, no hay otra preocupación.
Atrás un invierno lleno de pruebas con ansiolíticos, con la comida, de mañanas de acompañante al hospital a oncología mientras dudaba si pedir que también me ingresasen a mí, agotado. Atrás meses de trabajo al teclado para intentar levantar un proyecto de ayuda, mientras negocias con el banco una deuda mísera, pero deuda, y cada día con dolor.
Con el SII activo es un día perdido, es como un castigo, como una condena, y cada vez que vas cruzar la puerta tienes la estúpida sensación de que todo el mundo se alía para conspirar contra ti y vas perdiendo cosas por el camino y fuerzas y a veces personas, siempre vas perdiendo.
Atrás un invierno duro, en los que muchas veces solo el dormir y el abotargar los sentidos son las formas de afrontar una crisis de SII larga, muy larga que se presenta cuando menos la necesitas y crees que te va a arruinar la vida, y ni siquiera haces el intento de superarla porque no es la primera y sabes que no será la última y que pese a la palabrería auto sanadora que llena la red, las estanterías y las bocas de quien nada padece salvo a sí mismo, pese a lo que algunos consideran ayuda, tú y solo tú sabes si tienes miedo, si estás agotado de luchar, si merece la pena una vez hecho balance de lo que tienes (nada) y de lo que has perdido (mucho).
Atrás queda el no saber salir de un círculo que junta ansiedad, dolor, placer y química, mucha química y mucha lectura técnica, y muchos enfados, y ver como cada cual construye su zona segura afirmando que no hay problema y que no hay que preocuparse pero cuando les miras a su alrededor solo ves corazas, como la que tú llevas, pero si acaso más fuertes, porque cuando te ven su miedo se hace más grande, nadie quiere estar enfermo, nadie quiere estar limitado, nadie quiere sufrir, pero a nada que mires verás que es inevitable, pese a lo que te digan, pese a las fotos sonrientes, las redes sociales y los anuncios publicitarios, a nada que mires y a poco que entiendas sabes que volverá el dolor, volverá el ansia, volverás a estar enfermo un día, dos o un mes, pero ahora estás ahí, en silencio, frente a un animal que está atrapado en nuestro mundo de carreteras, cercas, alambres, basura en los bosques y escopetas.
Solo un instante que se me hace eterno y me recuerda que somos mortales, que todo pasa, que nada es eterno, que si miro hacia atrás he superado un año muy duro, cruel en ocasiones y que quizá todo ha sido para llegar hasta ese recoveco y ver a ese magnífico ejemplar que muestra que la vida es tan compleja, tan diversa y tan frágil que no protegerla, no protegerse y no proteger a los demás es un crimen contra las leyes de la propia existencia.
Atrás un invierno duro, cruel, que sabes que se repetirá, pero que sabes que es parte de la vida por mucho que la quieran embellecer, maquillar, por mucho que quieras fingir. Sin embargo cuando pasado ese instante, casi de comunión, el corzo se gira y se va en dos saltos, me quedo quieto y he vuelto hasta este punto, al bosque y a mi interior.
José M Bárcena nos presenta tras este relato la Asociación Española de afectados de síndrome de intestino irritable, colon irritable, SII, IBS, intestino, Irritable bowel syndrome. Un lugar donde se puede interactuar y aprender de un problema que afecta cada día a más gente. Un fuerte abrazo y muchas gracias por tu paciencia…
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