En esta nueva entrada de Evidencias Científicas, tenemos el placer de contar con la aportación de un nuevo colaborador en la sección, Pablo Flors (@Pablo_Flors). En esta ocasión , Pablo nos trae un tema necesario de abordar y que nunca deja de estar presente para todos nosotros, la muerte, un tema que , además, hemos tratado en varias ocasiones en #FFPaciente como puedes ver aquí o aquí. Pero en esta ocasión Pablo quiere abordar la denominada como muerte digna.
Hubo un tiempo en el que morir mejor o peor no debía ser un problema. No, al menos, un problema de orden ético: la muerte llegaba de manera inevitable y poco se podía hacer por modificar sus circunstancias. Afortunadamente, hoy estamos en un escenario diferente: la muerte nos sigue afectando al 100%, pero tenemos la capacidad de intervenir o modificar las circunstancias en que esta se produce.
Parece lógico pensar que lo deseable sería intervenir en el sentido de favorecer la “buena muerte”, es decir, que cuando esta llegue (que llegará) lo haga de la mejor manera posible (para cada cual). Lo paradójico es que las ciencias de la salud, con la tecnificación de la asistencia, trabajan muchas veces a contracorriente, no solo evitando “malas muertes” sino, en ocasiones, provocándolas. Y es en este punto donde se hace necesario un proceso de reflexión sobre las posibilidades y los límites de las intervenciones sanitarias al final de la vida. Un proceso de reflexión y discusión que, afortunadamente, va cobrando fuerza en la sociedad e, inevitablemente, va impregnándonos por diversos frentes: noticias de prensa, debates televisivos, discursos políticos, artículos académicos, documentos legales…
Puede parecer, a priori, que nos entendemos cuando hablamos (como se hace en la mayoría de foros periodísticos o políticos) de “muerte digna”, pero es bien cierto que en este término, poco concreto y cargado de subjetividad, caben interpretaciones tan diversas que con frecuencia caemos en un terreno de confusión conceptual nada fructífero, una maraña terminológica que fácilmente nos lleva a pensar que existe duda y controversia donde no la hay, o al contrario.
El artículo que os presentamos en esta entrada tiene por objetivo poner orden en esta “torre de Babel”. Ética y muerte digna: propuesta de consenso sobre un uso correcto de las palabras es una reflexión acerca de la “muerte digna” desde el punto de vista de la bioética, una revisión que pretende clarificar conceptos y despejar la controversia, o situarla allí donde realmente se encuentra. Se publicó en el año 2008 en la Revista de Calidad Asistencial y 10 años más tarde tiene una vigencia absoluta y se hace, si cabe, más necesario.
Los autores parten de la premisa de que un debate serio sobre el derecho a la “muerte digna” solo es posible si se hace un uso correcto de los términos con que se construye. Apoyándose en supuestos prácticos, explican con gran claridad los escenarios arquetípicos de la asistencia sanitaria al final de la vida y nos ayudan a dar respuesta a algunas preguntas:
¿Qué es la adecuación del esfuerzo terapéutico?
Consiste en no iniciar o retirar medidas de tratamiento que los profesionales sanitarios consideren fútiles o “desproporcionadas” en la situación concreta en que se encuentra la persona enferma. Es decir, no llevar a cabo medidas de tratamiento que únicamente prolonguen una vida que se acaba, sin proporcionar beneficio en términos de recuperación o de calidad de vida.
¿En qué consiste el rechazo de un tratamiento?
Se produce cuando la persona enferma, en pleno uso de su autonomía, rechaza (es decir, no otorga consentimiento o lo revoca) un tratamiento, aunque esté médicamente indicado y ello ponga en peligro su vida.
¿De qué hablamos cuando hablamos de sedación paliativa?
Es la administración de fármacos a una persona en situación de final de vida con el fin de disminuir su conciencia tanto como sea preciso para controlar un síntoma refractario (es decir, un síntoma que no puede controlarse de otro modo), contando con su consentimiento. Sería equiparable a cualquier otra actuación médicamente indicada, y su no aplicación solo podría provenir del paciente en caso de que este no ofreciera su consentimiento.
¿Y en qué consiste entonces la eutanasia?
Es aquella actuación médica que provoca la muerte de un paciente, a petición expresa y reiterada del mismo, en el contexto de una enfermedad incurable que genera un sufrimiento que no puede ser mitigado por otros medios. Hablamos de suicidio asistido cuando, en el mismo contexto, el profesional proporciona al paciente los medios para sea él mismo quien se provoque la muerte.
Esta aclaración conceptual nos ayuda a comprender que, en la mayoría de las situaciones, existe un amplio grado de acuerdo ético y jurídico que ampara las actuaciones de los profesionales en la atención a final de la vida, siempre y cuando se lleven a cabo atendiendo a la buena práctica clínica. En los tres primeros supuestos hablamos de prácticas en las que no existe controversia alguna: no son contrarias a la buena praxis, ni a la ética, ni son punibles. No es así en el caso de la eutanasia, con respecto a la que, en nuestro medio, no existe por ahora consenso ético ni jurídico.
Y ahora que ya nos entendemos… ¿os parece que podemos empezar a hablar de “muerte digna”?
“Si morir es inevitable, morir mal no debería serlo”
Marc Antoni Broggi