La lepra es una enfermedad de la que existen testimonios desde 1.500 años antes de Cristo. Hoy la lepra se puede curar y sabemos que no es tan contagiosa como se pensaba. Sin embargo, cada año se siguen detectando 200.000 casos nuevos en más de 100 países, 15.000 en niños y niñas, y más de 5 millones de personas sufren discapacidades a consecuencia de la lepra.
¿Qué es la lepra y por qué aún no hemos conseguido vencerla?
La lepra es una enfermedad crónica, causada por el bacilo Mycobacterium leprae, que fue descubierto en 1873 por el científico noruego G. A. Hansen, de ahí que sea conocida también como enfermedad de Hansen. La lepra puede atacar al ser humano a cualquier edad y a ambos sexos por igual y, aunque el periodo de incubación dura entre 3 y 5 años, los síntomas pueden tardar en aparecer hasta 20 años.
La lepra afecta fundamentalmente a la piel y a los nervios. Los primeros síntomas son unas manchas en la piel que no transpiran y no causan sensación ni de picor ni de dolor, con pérdida de sensibilidad al tacto y al calor. Si no se recibe un tratamiento en fases tempranas, la lepra puede ocasionar lesiones progresivas y permanentes de la piel, los nervios, las extremidades y los ojos, generando parálisis y discapacidades irreversibles. La lepra es, de hecho, una de las cuatro primeras causas de discapacidad en el mundo.
En contra de la creencia popular, la lepra presenta un escaso contagio. Su transmisión se realiza a través de minúsculas gotas expulsadas por la nariz y la boca, sin embargo, el contagio solo se produce al convivir con el afectado en condiciones de hacinamiento, mala alimentación y falta de higiene.
Actualmente, la lepra es curable gracias al tratamiento de la Multiterapia (MDT), que se aplica desde 1982 y la OMS suministra de manera gratuita a los gobiernos en función de los casos de lepra que éstos declaran. Esta terapia consiste en la combinación de tres fármacos (dapsona, rifampicina y clofazimina) mediante dosis de dos pastillas diarias, en un periodo que oscila entre los 6 y los 12 meses, dejando de ser contagiosa tras la aplicación de la primera dosis, ya que ésta mata el 99,9% de la bacteria que causa la lepra.
Las personas afectadas y sus familias sufren discriminación y abusos que les impiden disfrutar de sus derechos. El estigma hace que se escondan, o sean escondidas por sus familias, y no reciban el tratamiento a tiempo para evitar las discapacidades. A su vez, estas discapacidades alimentan el estigma, condicionan el resto de sus vidas y les impiden salir de la pobreza. Para acabar con la lepra, es necesario acabar con las prácticas y costumbres discriminatorias que impiden a las personas afectadas y sus familias disfrutar de los mismos derechos y oportunidades que el resto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluye la lepra dentro del grupo de Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETDs). Se trata de enfermedades muy ligadas a la pobreza, que afectan a más de 1.000 millones de personas en el mundo, una de cada 6 personas. Como la lepra, el mal de Chagas, la úlcera de Buruli, la leishmaniosis, la filariasis linfática, el dengue…, son enfermedades que se pueden prevenir y curar, pero si no se tratan a tiempo, condenan a una vida de estigma y exclusión. Por eso, las ETDs son, al mismo tiempo, causa y consecuencia de la extrema pobreza en que viven las familias y las comunidades que las padecen.
El impacto de la pandemia de la COVID-19 en la lucha contra la lepra
La pandemia de Covid-19 ha puesto de manifiesto la desigualdad que existe (entre países y en el interior de cada país) a la hora de acceder a los servicios sanitarios y la relación de la salud con la pobreza.
Los confinamientos y limitaciones han empeorado la situación de las personas más vulnerables, entre las que se encuentran las personas afectadas por la lepra y sus familias. Una vez más, han sido las más afectadas, no sólo por la pandemia sino también por sus consecuencias económicas.
Además, los programas de lucha contra la lepra se vieron afectados, como lo demuestra la reducción del número de casos detectados en 2020: 127.396 nuevos casos de lepra en el mundo, lo que supone una disminución del 37,1% (81.223 casos) respecto a los nuevos casos comunicados en 2019. Este cambio es debido al efecto de la pandemia en las actividades de detección.
Los programas de control se vieron afectados por la reasignación de personal para atender la COVID-19, cesaron las actividades de sensibilización en la comunidad y de búsqueda de casos, hubo retrasos en la recepción de suministros de MTD en nivel nacional y desabastecimientos a nivel subnacionales, y se redujo el control del deterioro de la función nerviosa y el tratamiento de las reacciones en pacientes en tratamiento.
La interrupción en la detección de casos hace que queden casos ocultos y es de esperar que, cuando las actividades rutinarias se reanuden e incluso refuercen para compensar el retraso, nos encontremos con una acumulación de casos que no fueron diagnosticados en 2020 y parte de 2021, lo cual provocará un ligero pico en la incidencia general, en los próximos 3 años, y un aumento de discapacidades de grado 2 (G2D).